domingo, 25 de enero de 2009

Están siendo unas jornadas demasiado intensas. Me siento extraña, y no he podido evitar que conforme las horas pasaban y nos acercábamos a lo que me ha parecido una espiral de confusión y mal augurio, mi rostro se ensombreciera por momentos.
Todavía resuenan en mi cabeza las crueles palabras del semiorco. Me crispó de veras su insistencia para que rezara, pero no quería. En esa habitación, con ese cúmulo de sentimientos, las palabras que hubieran llegado a Helm no habrían resultado más que incoherencias. Y luego su rudeza golpeándome.
Me encuentro perdida y eso en mí es muy grave. Madre siempre me insistía en ello. Caminos, caminos, caminos. ¡Siempre me hablaba de caminos! Y por un momento he sentido que no había camino posible para salir de ahí. Qué enrevesados destinos nos esperan...
Ha muerto y ya está. ¿Ya está? Y no sé a qué viene este sentimiento de culpa, este gris plomizo que surca mis ojos cuando pienso en Helm. No puedo estar decepcionada, le debo la vida. La vida. Pero, entonces, ¿a qué esta tristeza?

3 comentarios:

  1. No te atormentes.

    Dedícate ahora a los vivos.

    ResponderEliminar
  2. ohh, que bonito, hasta he empezado a llorar snif...snif...

    ResponderEliminar
  3. Buaaahahahaaaaa :'(

    ha sido mi culpa, yo creí que resistiría hasta llegar a la capilla

    ResponderEliminar