domingo, 8 de febrero de 2009

Había escuchado hablar del alma. En boca de hombres eruditos, de mujeres con sentimientos desbocados, en niños que jugaban a ser mayores. Yo misma uso la palabra a menudo para referirme a todas las personas que nos rodean. Pero jamás hablo de la mía propia, porque creo que en el fondo no creo en ella. En el alma. O al menos no creía en ella.

Ha sido espectacular. Y ha podido acabar tan mal... Estaban ellos, tendidos y sin vida, con sus corazones agotados, y estaban nuestras manos rozando esas piedras. Eran sus almas, los resquicios de vida que debían habitarlos y que un mal destino les había arrebatado. ¡Eran sus almas! Menos mal que al final el valiente humano ha sido capaz de reconocer a los que tienen su sangre.

Ya han vuelto, han vuelto sus pechos a brillar y ha sido... maravilloso. Magia. Magia auténtica. Magia que ya siento de vez en cuando recorriéndome, pidiéndome que lance alguno de mis modestos conjuros. No sé, después de ver a los que de verdad la controlan... Tendré que intentarlo. Que hacerlo, claro está.

Seguramente tendré numerosas oportunidades de usarlos y de lanzar lo más certeramente mis flechas. Ese dichoso mago nos ha metido en un buen lío. ¿Pero qué vamos a hacer ahora? ¿Huir constantemente? Me habría gustado cobrar mi primera misión, a pesar de todo lo turbulento sucedido. Y el cargante semiorco también tendrá que cobrarla, ¿no? No sé. Estamos en una buena. Deberemos luchar, ¡espero que con acierto!

Son días inciertos. En unas horas nos pondremos en marcha. ¿Hacia dónde? No lo sé. Tal vez hacia donde mi instinto nos guíe. Así que confiaré en él, ahora que sé que procede de mis adentros, de mi propia alma.

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